lunes, 29 de octubre de 2007

Pedido de auxilio

¿Qué significó para mí Elín?
Aún a riesgo de que el misterioso comentario anónimo sea ni más ni menos que ella, debería comentar qué significa, hoy en día, esa mujer.
La escritura misma de este pequeño laberinto lingüístico y emocional es compleja, pues me es muy difícil, dadas mis dudosas capacidades comunicativas, describir todo aquello en lo cual esta mujer (ya a esta altura más símbolo que realidad) significó y significa para mí.
En primera instancia se podría decir que Elín marcaría la diferencia entre el Esteban antiguo y el moderno; casi podríamos decir que en primera instancia, Elín significa para mí un momento de ruptura, entre la adolescencia tardía y la madurez, si en verdad me agradaran esas caracterizaciones.
En realidad, Elín fue (y es) algo infinitamente más complejo que una simple decepción. Elín, en aquel momento fue un símbolo palpable de todos mis ideales, una figura que en mí simbolizaba todo aquello en lo que creía, aquello que me diferenciaba de los demás, y que al mismo tiempo me unía al mundo, me daba un propósito y una pertenencia. Fue a su vez, la persona que rompió con estos mezquinos esquemas y me dejó expuesto, desnudo, ante la nulidad de mi propia identidad.
Nunca en toda mi vida tuve un golpe tan fuerte de realidad como cuando me dí cuenta de que no era el único que la amaba sin esperanzas, el lugar al cual me había asignado a mí mismo en mi vanidad tragicómica.
En aquel entonces depositaba toda mi fe, toda mi confianza y todos mis deseos de realización en las "beatíficas" manos de Afrodita, confiando en que la tragedia de mi amor no correspondido, si me traía dolor, al menos también me dignificaba. Nunca cometí peor error.
En pos de aquel ser a quien beatificaba, me humillé, me rebajé y me expuse de una forma tal que me es imposible mencionar sin repugnarme de mí mismo. Le impuse a una persona amable, simpática y bonita la terrible carga de ser la responsable de mi vida, pidiéndole ni más ni menos que me salvara, que me redimiera con su piedad. La celé, la atosigué, y finalmente la ahogé en mi miseria en forma tal que la alejé de mí para siempre.
¿De qué valía, entonces, toda mi idea de amor trágico si no me ennoblecía y sólo me hacía bajar a los pozos más profundos sin dejarme salir de ellos? De nada. Sólo le impuse cosas, y me abandoné a mi propia locura cuando supe que era imposible seguir exigiendo más.
Su figura, sin embargo siguió creciendo, a tal punto que me es imposible disociarla de cualquier evento de mi propia vida, pues se volvió la marca inaprehensible de lo imposible para mí. Me dejé atrapar por mis propios laberintos por un fasma, un fantasma hecho con la nube idiota de mis propias emociones, atado a la tierra por la figura de una mujer a la cual nunca voy a tener.
A partir de ahí, empecé a mentir, tanto a otros como a mí mismo, mientras pedía desesperadamente ayuda de la cual nadie puede darme, pues en mí crece el miedo permanente de pedir demasiado y alejar a la gente de mí. Elín se transformó, pues, en el fantasma de mi propia soledad, a la vez que cada mujer que conozco termina por ser comparada en alguna forma con ella.
Por ella construí una sólida pared de mentiras para ocultar mi propio patetismo, mi propia inhabilidad para comunicarme verdaderamente con los demás, para hacerme responsable de querer a una mujer, en parte por miedo y en parte por descreimiento ante los sentimientos que nos atan a un sistema perverso. Me resulta imposible volver a idealizar a una persona, tanto porque no creo, como porque no quiero, en la confusa y contradictoria masa que es mi cerebro, y a la vez me resulta imposible no desear estar con otras personas.
Elín no fue un recambio de ideales, fue un vaciamiento de los mismos. Fue el descompromiso de no creer, para no equivocarse, pues fue la demostración de que equivocarse no vale ni dos centavos. Fue también la incapacidad de sentir demasiado fuerte. Mis momentos de mayor clímax hoy en día son puramente estéticos. Mi sexualidad irreprimiblemente ambigua y oscura, inconfesable, fue hecha del hartazgo de la inconcreción permanente, y se volvió mi forma de placer desarticulado.
A partir de las oposiciones generadas por su personalidad, construí amistades nuevas, mucho más racionales y menos emocionales. Lucía, lo lamento, fuiste en alguna medida este experimento de oposición, la contrapartida amistosa a quien nunca le puse mucha fe, ni tan siquiera en una amistad, aunque de ninguna manera eso te hace menos meritoria de halagos. Fuiste, en alguna medida ( y eso te lo dije en varias oportunidades) un reemplazo. Disculpame.
Elín es hoy en día la marca de todos mis fracasos, la medida de mi cobardía, la imagen de los sueños poco felices. Elín es un símbolo, un recuerdo de lo grande y lo bajo que puedo ser, parafraseando a Lerinome, en este laberinto de relativismo moral.
Sin embargo, y pese a todo, no perdiste esa cualidad material y personal. Si aún creyera en esas cosas, seguiría enamorado de vos, aunque claro, más bien de tu recuerdo, creado por una persona normal y falible. Seguiría amando todo aquello que representás, y aquello que sos en persona. Todas esas especificidades al azar que te configuran como única. Amaría la tibieza y suavidad de tu abrazos, tu calidez, tu presencia alborotadora, caótica y a la cual la gravedad desfavorece tanto. Pero ya no creo en esas cosas, ni mucho menos en la cualidad estética de lo que acabo de escribir.
Esto es sólo un pedido de auxilio, tirado dentro de una botella segura en un enorme mar electrónico en el cual dudo que alguien lo encuentre. Es una confesión de mi vaciamiento moral y espiritual. Casi un testamento.